Mientras la pobreza crece en toda la Argentina y también en nuestra provincia, Concordia volvió a ser la ciudad más pobre del país. Para indagar sobre las razones de lo que ocurre, diagnosticar correctamente y pensar las soluciones adecuadas, hemos seleccionado dos excelentes artículos de opinión que encaran el tema desde el lado correcto, artículos que reproducimos a continuación.

No es la inflación, es el Estado

Por Claudio Maulhardt

Decir que la inflación tiene la culpa del aumento en la tasa de pobreza es una forma de distraer el foco de las verdaderas causas que provocan tan dolorosa estadística.

Las mediciones de pobreza e indigencia, es cierto, están relacionadas con el costo de una canasta de alimentos y otros servicios básicos, que se mueve más o menos en línea con los cambios en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Pero es absurdo decir que la culpa de un aumento en la tasa de pobreza (una fórmula aritmética) radica en otra fórmula aritmética (el IPC).

En todo caso, deberíamos preguntarnos qué hace que aumente el IPC; es decir, cuáles son las causas de la inflación. Los aumentos de algunos precios pueden estar afectados por factores exógenos, como la guerra entre Rusia y Ucrania, que elevó el precio de los combustibles y otras materias primas, o por la sequía, que provoca aumentos en el precio del trigo y el maíz.

Pero la inflación es más que eso: es el aumento general de los precios. No sólo aquellos precios afectados por factores exógenos suben, sino que lo hacen todos los precios. Tiene que haber una causa diferente que los shocks exógenos para explicarlo.

La causa radica en que sobran los pesos y, como sobran los pesos, su precio, medido en términos de todo lo que los pesos pueden comprar, disminuye. Es un fenómeno que se retroalimenta; cuanto menor precio tienen los pesos (más suben de precio todos los bienes que con ellos se pueden comprar), menos ganas tiene la gente de quedarse con los pesos, y más de tener bienes. Esto aumenta la oferta de pesos, lo que vuelve a disminuir su valor. La aceleración de este proceso (la velocidad de circulación del dinero) se refleja en la aceleración de la tasa de inflación. Es un fenómeno que venimos viendo durante los últimos tres años.

Si esto es realmente tan obvio, ¿cómo es que se permite que sobren tantos pesos? La explicación no es ni más ni menos que por culpa de las decisiones del gobierno (de todos los gobiernos recientes, en realidad). Decisiones que tienen que ver con el nivel de gasto público, de manera recurrente superior al nivel de ingresos del sector público, y con la manera de financiar esa brecha negativa: con emisión monetaria.

Parece paradójico, pero eso de “poner dinero en el bolsillo de la gente”, cuando no hay otra forma de hacerlo que con emisión monetaria, lo único que hace es quitar dinero del bolsillo de todos. No es una mirada ideológica de la cuestión, sino una mirada objetiva: el crecimiento del estado durante los últimos 20 años generó un aumento de la pobreza. Es cinismo (o sadismo) argumentar que hace falta más estado para redistribuir de manera más justa. Los resultados están a la vista. En este 2023, la reticencia del oficialismo a ajustar el gasto público en un escenario de evidente contracción económica es un alimento para la escalada de los precios. Que no suben porque sí, sino porque el estado gasta de más y lo financia aumentando la oferta de los pesos que la gente no quiere en sus manos.

El 39,2% de pobreza que dio a conocer esta semana el INDEC incluye a muchos argentinos que cuentan con un trabajo formal, o que recibieron educación primaria y secundaria completas. Esto también tiene que ver con el tamaño del estado. Un estado más grande no es un estado más fuerte, sino un sector privado más débil, menos dinámico, con menor capacidad de inversión que la que podría tener si no tuviera que sostener el peso del estado. Recursos que podrían haber sido invertidos en modernización del stock de capital privado fueron destinados, por decisiones políticas, a gastos corrientes del Estado. Por eso hay pobres que cuentan con un empleo formal: la caída de productividad del sector privado deprimió los salarios y los condenó a la pobreza.

El índice de pobreza no es una estadística más. Es una realidad que se ve en las calles de las grandes ciudades, e incluso comienza a percibirse en algunas ciudades no tan grandes. Encarna a gente que no cuenta con los medios necesarios para satisfacer necesidades mínimas. No es una mera fórmula aritmética, ni es culpa de las variables que componen esa fórmula. Es culpa de un Estado fallido y de quienes, por incompetencia o por pura maldad, lo ocupan mal.

Fuente: El Entre Ríos

Factores políticos y económicos que impulsaron la suba de la pobreza

Por Roberto Cachanosky

El porcentaje de gente que está en la pobreza en Argentina se estima, en forma sistemática y a nivel nacional, a partir de 2016. Antes sólo se medía para Capital Federal y el Gran Buenos Aires y con anterioridad hubo relevamientos esporádicos.

Por ejemplo, en 1974 se estimó que la pobreza llegaba al 3,8% de la población. En 1980 llegó al 8%, en 1985 al 16% y recién aparece una serie constante a partir de 1988, salvo el período en que el kirchernismo quiso esconder la pobreza que había generado, argumentando que publicar la tasa de pobreza era estigmatizar a los pobres. De manera que decidieron esconder los datos para no tener que reconocer que habían hecho un verdadero destrozo social.

En rigor, se destruyeron todos los índices del Indec, porque también hubo manipulaciones en el IPC, el PBI y otros indicadores, una forma de romper el termómetro de la economía para ocultar que la fiebre estaba subiendo.

De todas formas, tomando la serie histórica de empalme de la pobreza según el Indec que elaboró el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, se puede ver que la explosión más violenta de la pobreza se produjo con la salida de la convertibilidad.

La improvisación con que actuó el gobierno de Eduardo Duhalde para salir de la convertibilidad y el salto inflacionario de ese momento llevó la pobreza al 55,3% de la población. Tasa que luego fue disminuyendo en la medida que iba reduciéndose la tasa de inflación.

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La pobreza del segundo semestre de 2022 alcanzó el nivel de 1989, cuando se produjo la hiperinflación, al margen del pico máximo de la serie en la salida de la convertibilidad. Es decir, un nivel de deterioro inédito en las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto.

El dato relevante es que la pobreza crece, al igual que la indigencia, a pesar de tener un “estado benefactor” que crece más rápido. Si se miran los datos de gasto social consolidado, es decir sumando nación, provincias y municipios, que incluye jubilaciones, educación, salud, planes sociales, etc. Se ve que, en 1983, año en que volvió la democracia, representaba el 11,4% del PBI y en 2021 llegó al 29,1% del PBI. Y, sin embargo, la pobreza no paró de crecer.

Son varios los factores que pueden explicar el aumento de la pobreza, pero claramente los políticos se arrogaron el monopolio de la solidaridad, y para eso “mataron” al sector privado con impuestos para redistribuir el ingreso.

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Obviamente que pueden mencionarse varios factores de carácter económico, como la falta de inversiones que generen puestos de trabajo y mayor productividad para aumentar los salarios reales; la emisión monetaria que genera inflación y destruye los ingresos reales; la carga impositiva que hace inviable las inversiones productivas; la sistemática confiscación de ahorros que hizo el estado (plan Bonex 89, corralito, corralón, pesificación asimétrica, estatización de los fondos depositados en las AFJP) y tantos otras violaciones de la propiedad privada.

La pregunta que hay que formularse es: ¿Por qué se adoptaron semejantes disparates económicos? Y ahí la respuesta tiene que ver con la cultura de la dádiva que nace de meterle en la cabeza de la gente que la riqueza de unos genera la pobreza de los otros.

En otros términos, unos son pobres porque otros son ricos. Si a los chicos se les inculca este tipo de argumentos desde que van al colegio, el resultado final va a ser que van a votar a todos aquellos populistas que prometen hacer “justicia social” quitándole a unos para darle a otros.

Se generó una sociedad de envidiosos del éxito de aquellos que trabajan, se esfuerzan, arriesgan y progresan. Las personas exitosas en Argentina, por producir algo que sus semejantes necesitan, son vistas como sospechosas.

Basta recordar el gracioso pero errado chiste de Mafalda que decía: “nadie amasa una gran fortuna sin hacer harina a los demás”. Quino pone en boca de Mafalda, personaje del que disfrutamos generaciones, una frase que parte del supuesto que solo se puede ganar dinero estafando, robando o explotando a los demás. No cabe, en la concepción de esa frase, la posibilidad de que alguien gane plata porque produce algo en la calidad y al precio que otros necesitan.

Una sociedad que forma sus valores y reglas de juego en base a la envidia hacia el exitoso va a terminar eligiendo políticos que castiguen al exitoso y eso se va traducir en políticas públicas que espanten la inversión, con lo cual cada vez habrá más impuestos, menos puestos de trabajo, menor productividad y salarios reales tan bajos que la pobreza dominará el panorama social.

En definitiva, el problema de la pobreza, si bien tiene sus raíces en groseros errores de política económica, su última explicación es un problema de valores, en particular en muchos de la dirigencia política que tanto odia a los que son exitosos porque se esforzaron, salvo ellos que viven como verdaderos monarcas.

Mientras ser exitoso en Argentina sea mal visto, la pobreza seguirá creciendo. No hay forma de cambiar esta creciente pauperización si no es cambiando la cultura de la dádiva por la cultura del trabajo. O, dejar de envidiar al exitoso y empezar a trabajar para superarlo.

Fuente: Infobae