EL PRONUNCIAMIENTO DE URQUIZA: fin de un histeriqueo inadmisible.

Todos los años, desde 1835, se repetía el mismo jueguito histérico y perverso, el mismo acting vergonzoso, aunque las partes sabían muy bien que se trataba de una farsa.

De un lado, el dictador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, en el pico de su poder, mandaba religiosamente cada septiembre su cartita a las legislaturas provinciales en tono compungido anunciando, con falso patriotismo, que renunciaba indeclinablemente en razón de “mala salud” a los poderes delegados a él por las provincias argentinas, en especial el manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.

Del otro, las trece provincias argentinas de entonces ―”los Trece Ranchos” al decir despectivo del propio Rosas―, que, sometidas y empobrecidas, mandaban entre cooptadas y genuflexas su respuesta al tirano porteño, rogándole que continuara, que de ninguna manera aceptaban su renuncia. Un mecanismo de manipulación sicopática de manual cuando el poder lo ejerce un individuo narcisista y retorcido como Rosas, campeón del cinismo, que amaba rodearse de alcahuetes y chupamedias.

Todos los años se repetía el triste espectáculo de las provincias argentinas cediendo paulatinamente sus facultades, libertades y posibilidades de progreso a un régimen criminal y centralista; humillándose y viéndose obligadas a rechazar la fariseica renuncia del “Restaurador de las Leyes”, mientras éste pateaba infinitamente para adelante el sueño – y la obligación asumida en los pactos preexistentes- de sancionar una Constitución Nacional que organizara definitivamente el país.

Las ovejas rogando al lobo que se quede en el gallinero. Literalmente.

Rosas gobernaba descaradamente en favor de los intereses de las élites ganaderas y comerciales de Buenos Aires, acumulando poder y sin importarle nada que tenga que ver con la educación, la cultura y el bienestar de la población más humilde.

En su visión de país, las masas debían permanecer embrutecidas, supersticiosas, dóciles en relación al gobernante paternal, de allí que la educación brilla por su ausencia en la “obra” de gobierno de Rosas en su provincia. Solo se conoce un “Manual para el capataz de estancia”, de su autoría. Para muestra vale un botón

Durante su régimen se compraban voluntades a mansalva y cualquier disidencia en las provincias confederadas se aplastaba con ferocidad (en el baño de sangre fueron degollados hasta gobernadores de provincia).

Para esos manejos espurios se apropió de la enorme caja de las rentas aduaneras del Puerto de Buenos Aires, lo que podríamos hoy asimilar a la Coparticipación Federal de impuestos. La vieja y conocida política del garrote y la billetera.

Las provincias del noroeste, al cortarse el comercio con el Alto Perú, se hallaban prácticamente en estado de indigencia después de todo su esfuerzo en las guerras de la independencia; las del centro sobrevivían como podían, y las litorales, estaban entre las más perjudicadas por el modelo económico rosista, que les prohibía comerciar a través de los puertos de sus ríos, obligando a todo el comercio fluvial de la Confederación a pasar por el puerto de Buenos Aires.

Los antagonistas de aquel entonces eran UNITARIOS vs FEDERALES, una falsa categoría, hay que decir. La verdadera lucha, los intereses verdaderamente divergentes que ocasionaron la grieta que dividió a los argentinos de entonces y que aún perdura es la antinomia Buenos Aires vs interior; la opción de un modelo de país macrocefálico en torno a la gran metrópolis portuaria o una conformación regional de la patria más equilibrada.

Y es por este relato deliberadamente falso que nos encontramos con la paradoja de que “Federales” de Rosas defendían a rajatabla el modelo concentrado y centralista de país, mientras que eran combatidos por provincianos “Unitarios” como el General Paz y la Liga del Interior (provincias del centro norte), que pugnaban por un régimen auténticamente federal, descentralizado y con respeto a las autonomías provinciales.

Con el correr de los años, la dictadura de Rosas se transformó en una auténtica satrapía con ribetes extravagantes. A la vez que profundizaba su alianza con los elementos más oscuros y retrógrados de la Iglesia Católica (recordar el episodio del fusilamiento de Camilla O´Gorman y el cura Ladislao), instauraba el culto a la personalidad del “Calígula del Plata” (como lo llamó Sarmiento) con su colorido retrato presidiendo junto con los santos las procesiones religiosas por las calles de Buenos Aires y las principales ciudades del país.

Se perfeccionó el aparato represivo del Estado con la aparición de la primera organización parapolicial del país – la Sociedad Popular Restauradora- y su brazo armado la Mazorca, dedicadas a la persecución, tortura y asesinato de opositores al régimen. Las víctimas se contaron por miles.

Hacia 1850 este estado de cosas no daba para más. Habían pasado 40 años de la Revolución de Mayo.

Los abusos del rosismo habían traspasado todo límite y la anomia era generalizada. Alguien tenía que hacer algo, y ese alguien claramente no iba a provenir de Buenos Aires.

La figura con el valor y la inteligencia política para hacerlo se llamó Justo José de Urquiza, gobernador de la otrora gloriosa y gravitante provincia de Entre Ríos.

Veamos. Llegada en septiembre de 1850 la perversa misiva del dictador de Buenos Aires a las Salas de Representantes de las provincias para que entreguen su dignidad, se sucedieron las esperadas respuestas.

El tenor era más o menos el siguiente:

“Se rechaza terminantemente la renuncia de VE y se hace entrega de la suma de facultades y derechos que conserva para que el General Juan Manuel de Rosas haga de esta autorización el uso que su alta sabiduría estime conveniente a la tranquilidad y bienestar general”.

Primero la mandó Buenos Aires, por supuesto, y luego le siguieron en fila india: Córdoba, San Juan, y Salta en el mismo año, y entre enero y febrero de 1851 las de Catamarca, San Luis, La Rioja, Santa Fe, Jujuy y Tucumán.

Pero había dos respuestas que se demoraban en llegar y la prensa adicta al tirano porteño empezaba a ponerse nerviosa. Algo se gestaba en el indómito litoral.

Y la respuesta de Entre Ríos finalmente llegó.

Efectivamente, el 1ro de Mayo del año 1851, el General Urquiza se levantó serenamente a las 4 de la mañana en su campamento de San José y marchó a la plaza de Concepción del Uruguay acompañado de la división escolta “Estrella” y gran parte de su Estado Mayor.

Hacía años que meditaba esta decisión trascendental y conocía muy bien los efectos de la bomba política que estaba a punto de lanzar en el medio del terrorífico dispositivo de poder de la dictadura, pero alguien tenía que hacerlo.

Allí y ante una multitud que se había congregado al pié de la pirámide en honor a otro paladín del federalismo, el General Francisco Ramírez, el joven pregonero Pascual Calvento leyó el histórico Decreto redactado por el habilísimo secretario Juan Francisco Seguí (futuro Convencional Constituyente), suscripto por el gobernador entrerriano.

Son imperdibles los considerandos del decreto cargados de ironía redactados por Seguí, que dan en el centro del enorme ego de Juan Manuel de Rosas. En particular el 4to, que es fundamento principal del importantísimo acto político que encuadra:

“Que es tener una triste idea de la ilustrada, heroica y célebre Confederación Argentina el suponerla incapaz, sin el general Rosas a su cabeza, de sostener sus principios orgánicos, crear y fomentar instituciones tutelares, mejorando su actualidad, y aproximando el porvenir glorioso reservado en premio a las bien acreditadas virtudes de sus hijos”.

En la parte resolutiva y en pocas palabras, la provincia de Entre Ríos aceptaba la renuncia de Rosas al manejo de las relaciones exteriores, reasumía su soberanía territorial y quedaba en libertad de entenderse directamente con los demás gobiernos del mundo hasta tanto las provincias hermanas se reúnan en Asamblea Nacional y organicen la República.

La alegría en todas las ciudades y villas de Entre Ríos fue generalizada. Inmediatamente se plegaron al Pronunciamiento de Urquiza los valientes correntinos, con su gobernador Virasoro a la cabeza.

Después de 15 años de humillaciones, de violencia, de mentiras, de atraso, de ver pasar el progreso para Buenos Aires, la provincia de Entre Ríos se puso de pie y dijo BASTA.

Lo que siguió al histórico Pronunciamiento de Urquiza el 1ro de mayo de 1851 es historia conocida: reunión del Ejército Grande, batalla de Caseros, derrocamiento del régimen porteño, huída de Rosas, reunión del Congreso Constituyente y sanción de la Constitución Nacional de la República Argentina en 1853.

1ro de Mayo de 1851. Una fecha para recordar.

Wendel Gietz

Oro Verde, 1 de Mayo de 2023

Fuente: Facebook de Wendel Gietz